El envejecimiento cutáneo es un proceso natural e inevitable, a través del que disminuye la producción de elastina y colágeno, lo cual hace que la piel pierda elasticidad con el paso del tiempo.
Sin embargo, aunque hay factores intrínsecos que no podemos controlar —como la genética—, existen otros que son determinantes y que sí están relacionados con nuestro estilo de vida, como pueden ser la dieta, la calidad del sueño o, sobre todo, la exposición al sol.
Existen muchos tratamientos para el fotoenvejecimiento cutáneo, pero se debe escoger el más idóneo para las alteraciones que quiera corregir el paciente.
El fotoenvejecimiento se suele clasificar en 4 grupos: mínimo, moderado (35-50 años), avanzado (50-65 años) e intenso (más de 60 años), pero hay que tener en cuenta que en ocasiones una mujer de 38 años que haya tomado mucho el sol puede tener más léntigos y arrugas que una mujer de 55 años que se haya protegido mucho del sol; por tanto, hemos de individualizar el tratamiento en cada caso. El tratamiento está indicado en el fotoenvejecimiento mínimo y moderado como única terapia y en el fotoenvejecimiento avanzado e intenso como tratamiento complementario o de mantenimiento después de haber efectuado un peeling medio (ácido tricloroacético a más del 35%), una dermoabrasión, un láser resurfacing o bien implantes o rellenos de una localización determinada de la cara. Hay que recordar que, clínicamente, el envejecimiento cutáneo biológico o cronoinducido se caracteriza por una piel fina y tendencia a la atrofia, xerosis, aparición de arrugas finas, flacidez, hipopigmentación y un aumento de neoplasias benignas (acrocordones, fibromas péndulos, puntos rubí y queratosis seborreicas). Por el contrario, el fotoenvejecimiento cutáneo debido a los efectos a largo plazo causados por la exposición a la radiación ultravioleta y a la radiación solar se caracteriza por la presencia de arrugas finas y profundas.
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